El papa Francisco anunció el pasado 8 de diciembre, el inicio de un Año Jubilar dedicado a San José que finalizará el 8 de diciembre de 2021.
Algo que acompañó a San José a lo largo de toda su vida fue el silencio. En el Evangelio no aparece ni una sola palabra de él, todo lo hace y vive en silencio, tal y como sucedió en el pasaje de la anunciación, él “hizo lo que el ángel del Señor le había mandado” (Mt 1,24). Este silencio es más que ausencia de palabras, es capacidad de una profunda vida interior. Los evangelios solo hablan de lo que José hizo, sin embargo, a través de esas acciones se descubre un clima de profunda contemplación, porque él estaba en contacto permanente con el misterio “escondido desde los siglos”, y que habitó en el hogar de Nazaret. Este silencio se da sólo en la persona que vive en profundidad la vida de dentro, y san José la vivió intensamente. De ahí que sólo desde el silencio brotan las palabras llenas de sentido, y salen los grandes hechos heroicos.
En el silencio del desierto preparó y programó Jesús la predicación del Reino (Lc 4, 1.14). El silencio es la expresión y la necesidad de un trato íntimo con Dios. El que vive en la presencia y experiencia de Dios tiende a callar. Esa intimidad le enseña que el silencio es más elocuente que las palabras, y necesita el silencio para escuchar a Dios y llenarse de él. Sólo se acude a las palabras cuando son más preciosas que el silencio. Esta es la presencia silenciosa y fuerte de Dios que vivió san José.
Ángel F. Mellado