En este momento estás viendo “¿ERES TÚ EL QUE TENÍA QUE VENIR?”

 

Isaías 35, 1-6a.10 | Santiago 5, 7-10 | Mateo 11, 2-11

Nos vamos acercando al nacimiento de Jesús, a celebrar su venida a nuestra tierra. Lo vamos a ver en una cuna, rodeado actualmente de esplendor. ¡Y cuántas cosas se dirán en esos días, salidas de nuestra fe o de nuestra curiosidad!

Nos acercamos a una cuna

Ver a un niño en una cuna adornada llama la atención. Es curioso escuchar a escondidas los comentarios que allí se dicen. Los niños hacen comentarios de niños, simpáticos, absortos, curiosos, salidos de la inventiva de los niños. Con frecuencia solo miran. No saben hacer otra cosa. Pero su mirada es más que suficiente. Es misteriosa.

También las personas mayores, que se acercan con los niños, tienen sus propios sentimientos, que suelen callarlos. Sería “curioso” oír esos sentimientos que guardamos. Los “Belenes” nos acompañan ya desde estos días. Es una visita delicada, curiosa…

¿Desconcertados?

No son pocas las personas mayores que ante la cuna se preguntan a escondidas: “¿Y este -por el Niño- es el que dicen que es lo más grande que se podía imaginar?”. “Yo pensé que le rodearía algo mejor. Es cierto que no faltan personas que se esmeran por presentar una cuna “muy valiosa, etc.”. Pero eso es cuestión de imaginación.

No obstante, tanto han oído, visto, etc. que también ellos, los mayores, se preguntan: “¿Y es este el que tenía que venir y que ahora viene?”. No es pura curiosidad. No se atreven a decir: “poca cosa me parece a mí esto”.

Es una pregunta correcta. No somos los primeros que nos hemos hecho esta o parecidas preguntas. Estas preguntas se le ocurrieron ya a Juan el Bautista, tan cercano al mismo Jesús. Juan Bautista, encarcelado e intrigado, se valió de sus discípulos (también él tenía discípulos) para averiguar: “¿Eres tú el que había de venir o tenemos que esperar a otro?”.

Una respuesta no esperada

Jesús no jugaba con las palabras. Menos aún con las personas. Pero muchas veces tenía un lenguaje que se utilizaba pocas veces o se desconocía. No lo hizo con discursos profundos de catedrático. Era más sencillo, aunque no menos desconcertante.

Estas fueron sus palabras: “Id a anunciar a Juan (Bautista) lo que estáis oyendo y viendo: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia el evangelio a los pobres, y bienaventurado aquel que en mí no encuentre ocasión de tropiezo” (Mateo 11, 2-6).

La conclusión era fácil. En nuestro lenguaje es como si dijera: “Obras son amores, que no buenas razones”. En nuestro tiempo nos sobran palabras; nos faltan acciones, sobre todo acciones fraternas.

Para la semana: Acércate a los Belenes, mira, escucha, espera… ¡Este es!