Eclo 35, 12-14. 16-19ª | 2 Timoteo 4, 6-8. 16-18 | Lucas 18, 9-14
Otra vez se trata de una parábola en boca de Jesús.
Jesús vivía entre fariseos y publicanos. No solo entre ellos. Pero ellos eran dos categorías importantes de personas. Jesús los conocía, por lo menos como lo conocían los demás. Los fariseos se caracterizaban por observar escrupulosamente y con cierta afectación los preceptos de la ley mosaica; se tenían por justos y despreciaban a los demás; en general, se interesaban más por la manifestación externa de esos preceptos que por seguir el espíritu de la Ley. Los publicanos eran recaudadores de impuestos para Roma. La extorsión era frecuente, eran mal vistos por el pueblo y difícilmente se les veía por el Templo.
“Subieron al templo a orar”
El templo debe estar abierto para todas las personas. Pueden entrar -y entran- fariseos y publicanos, mujeres y hombres, pobres y ricos, niños, jóvenes y ancianos. El templo, la Iglesia, está abierta para todos. Está abierto para orar. Entre unos y otros puede haber mucha diferencia. Jesús no duda en poner ante su auditorio esa diferencia abismal, entre las categorías de fariseos y publicanos. Y lo hace con pelos y señales. Y en público, para que su palabra llegue a todos los que le escuchan y hagan un buen examen de conciencia.
“Mi casa es casa de oración”.
A la casa de Dios se acercaron estas dos categorías de personas. Con frecuencia leemos estas palabras en la Biblia. Y en el templo enseñaba el Señor. Y en torno al Templo tuvieron lugar momentos difíciles y dramáticos.
El templo, casa de Dios, no era (no es) una casa cualquiera. Siempre y en todas partes el templo tiene un algo -o un mucho- que no tienen los demás edificios. Cualquiera persona puede hacer una descripción de lo que es el templo -la Iglesia- de un pueblo, de una ciudad (por ejemplo la nuestra. La recorremos internamente con naturalidad y buenos sentimientos).
¿Somos fariseos?
La oración delata al orante fariseo. Jesús lo hace claramente. Suponemos que el evangelista Lucas transmite la descripción que hace Jesús. O al menos nos fiamos de que esencialmente Jesús lo describió como él lo trasmite. Basta leerlo. ¡Qué oración!
¿Somos publicanos?
También Jesús describió cómo ora el publicano. También aquí es suficiente y más que suficiente con leer la descripción que hace Jesús. Y hacer un examen de la propia conciencia. No encontraremos una descripción mejor, por más vueltas que le demos.
Cierta creatividad sí debe darse en cada tiempo, lugar, personalidad, etc. Pero el núcleo -¡mucho más que núcleo!- lo tenemos ya salido de la boca de Jesús.
Para la semana. Examinemos nuestra oración, reflejo de nuestra vida.