Éxodo 34, 4b- 6, 8-9 | 2 Corintios 13, 11-13 | Juan 13, 11-13
Seguramente hemos escuchado alguna vez (o varis veces) esta historieta: Caminaba un día san Agustín por la orilla del mar pensando en el misterio de la Santísima Trinidad (sobre la que escribió hermosas páginas) y vio a lo lejos un niño que jugaba a llenar con agua del mar un pequeño pozo que había hecho. El niño iba y venía con su pequeño cubo y su ilusión. Se le acercó Agustín y le preguntó qué estaba haciendo. Y el niño, con su inocencia serena, no se arredró: “Voy a meter en este pozo toda el agua del mar”. “Imposible”, dijo Agustín. Y el niño: “Pues… pues más difícil es explicar la Santísima Trinidad”. Y desapareció. Y Agustín se quedó pensativo. Como nos quedamos nosotros.
Rodeados de la Trinidad
Si lo pensamos un poco, la vida del cristiano está rodeada del misterio de la Trinidad. Quizá no tomamos suficiente conciencia de esta hermosa verdad. La Biblia no utiliza la palabra Trinidad. La Biblia habla del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo: “El Espíritu Santo que el Padre enviará en Mi nombre…” (Jn 14, 26). Jesús formuló así en la última cena, cena de despedida, la triada que no olvida a los hombres. Jesús se lo dijo a los apóstoles en los momentos difíciles de la despedida, cuando parecería que estaban interesados, y preocupados, por otras cosas.
De la mañana a la noche
Muchos cristianos, al levantarse, lo primero que hacen es santiguarse: “En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. Es un buen comienzo, un buen saludo y una alegre toma de conciencia. Y esos mismos cristianos suelen santiguarse cuando se acuestan. Yo lo hago. Y me gusta. Creo que es comenzar el día con buen pie y terminarlo con la seguridad de que Alguien vela mi sueño. Tomar conciencia de esto y acostumbrarse a este saludo matinal y a esta despedida nocturna es bueno saludable.
Cuando rezamos
El momento central de nuestra oración es la celebración de la Eucaristía, la Misa. Todos sabemos cómo empieza y cómo termina. Aunque con un gesto de manos distinto, el sacerdote saluda y despide “en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu…”. No estamos solos. Nos “aburriremos” menos si tomamos conciencia de esa compañía
Y a lo largo de la jornada seguramente se nos presentan no pocas ocasiones para actualizar gestos que conllevan la conciencia de esta compañía.
“Vendremos a él”
Es un anuncio alegre. Nuestra oración mañanera y nocturna es una invitación, una invitación que ciertamente va a ser aceptada: “Vendremos a él” (al que le invita), dice Jesús. Lo dice en plural y con naturalidad. Jesús, que hace siempre el oficio de comunicador, no sólo nos certifica que vienen, sin que incluso que quieren “quedarse”. No se va a tratar de un fugaz saludo. No. El Padre, el Hijo y el Espíritu no tienen tanta prisa en marcharse como quizá la tenemos nosotros. Jesús comunica: “Y haremos morada en él”: desde la mañana hasta la noche y desde la noche hasta la mañana.
Para la semana: En la segunda lectura de este domingo, san Pablo se despide así: “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios [Padre] y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros”. “Mis tres”, decía la joven Carmelita Santa Isabel de la Trinidad.