En Adviento echábamos una mirada adelante para ver quién era el que nos venía. Navidad ha sido una mirada para ver quién nos ha venido. En ambos casos lo hacemos con la misma intención: conocer un poco mejor al Prometido (adviento) y Enviado (Navidad). Hoy esta mirada se hace desde la Sabiduría, desde el libro de la Sabiduría (primera lectura). La primera lectura nos permite adentrarnos en la tercera, en un evangelio que llevamos varios días proclamando y que tiene como centro que la Palabra, la Sabiduría se hizo carne para estar con nosotros como Sabio, para que nos ilumine y enseñe.
¿Qué es la sabiduría?
Un gran poeta, Fray Luis de León, cantó una hermosa Oda a la vida retirada. La hemos oído muy veces. Y hasta la hemos aprendido de memoria en nuestros elementales estudios. Él, fraile agustino, era prestigioso profesor en la Universidad de la Salamanca del siglo XVI. Y era, a la vez, exquisito poeta. “¡Qué descansada vida / la del que huye del mundanal ruido, / y sigue la escondida / senda, por donde han ido / los pocos sabios que en el mundo han sido…No cura si la fama / canta con voz su nombre pregonera,/ ni cura si encarama /la lengua lisonjera /lo que condena la verdad sincera”. Leer y saborear la Oda a la vida retirada permite percibir lo que es la verdadera sabiduría. Mejor de lo que podemos encontrar en otras “escuelas” (sin despreciar las escuelas).
Jesús es la Sabiduría
Ya antes de venir al mundo Fray Luis de León alguien había cantado hermosamente la sabiduría. Y ese cantor tenía en su mente y su corazón a uno de esos pocos sabios que en el mundo han sido y son. Ese sabio era/es Jesús. En tiempo de Jesús había algunos (quizá muchos) “sabios”. Los llamaban “escribas”. Conocían las Sagradas Escrituras. Polemizaban con quien se les pusiese delante. Se hacían llamar sabios. Y que la gente les hiciese reverencias. Nada de retirarse (todo lo contrario). Y vino Jesús y les enfrentó. Y de Jesús salieron palabras, gestos y actitudes que nunca habían salido. Hablaba y la gente se quedaba mirándole y admirándole. Y de vez en cuando, muchas veces, de día de noche se retiraba del “mundanal ruido” haciendo con su vida una “senda” por donde le siguieron, y le siguen, los pocos sabios que en el mundo han sido y son.
La cátedra de Jesús
Jesús no era “catedrático” (escriba). Era una persona nacida en un portal, vivió en un pueblecito, se pasó treinta años preparando en el silencio de una carpintería las “oposiciones”. Y las ganó. Aunque los tribunales no se las reconocieron. Al contrario. Quizá temieron a que otros tribunales menos conocidos, muy sencillos le elevasen y a ellos les dejase en el ridículo de la Historia.
Somos alumnos de la “Universidad” de la sabiduría. No somos muchos en esta Universidad. Pero, sin presunciones y con mucha aplicación, generalmente escondida, podemos ser de “los pocos sabios que en el mundo han sido”, y son. Nos hemos matriculado en esta Universidad. Hemos tenido esta suerte. No la despreciemos.
Para la semana: Tenga entre las manos la Oda a la vida retirada. Será una lectura de las que merecen la pena.
ODA A LA VIDA RETIRADA
¡Qué descansada vida
la del que huye del mundanal ruïdo,
y sigue la escondida
senda, por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido;
Que no le enturbia el pecho
de los soberbios grandes el estado,
ni del dorado techo
se admira, fabricado
del sabio Moro, en jaspe sustentado!
No cura si la fama
canta con voz su nombre pregonera,
ni cura si encarama
la lengua lisonjera
lo que condena la verdad sincera.
¿Qué presta a mi contento
si soy del vano dedo señalado;
si, en busca deste viento,
ando desalentado
con ansias vivas, con mortal cuidado?
¡Oh monte, oh fuente, oh río,!
¡Oh secreto seguro, deleitoso!
Roto casi el navío,
a vuestro almo reposo
huyo de aqueste mar tempestuoso.
Un no rompido sueño,
un día puro, alegre, libre quiero;
no quiero ver el ceño
vanamente severo
de a quien la sangre ensalza o el dinero.
Despiértenme las aves
con su cantar sabroso no aprendido;
no los cuidados graves
de que es siempre seguido
el que al ajeno arbitrio está atenido.
Vivir quiero conmigo,
gozar quiero del bien que debo al cielo,
a solas, sin testigo,
libre de amor, de celo,
de odio, de esperanzas, de recelo.
Del monte en la ladera,
por mi mano plantado tengo un huerto,
que con la primavera
de bella flor cubierto
ya muestra en esperanza el fruto cierto.
Y como codiciosa
por ver y acrecentar su hermosura,
desde la cumbre airosa
una fontana pura
hasta llegar corriendo se apresura.
Y luego, sosegada,
el paso entre los árboles torciendo,
el suelo de pasada
de verdura vistiendo
y con diversas flores va esparciendo.
El aire del huerto orea
y ofrece mil olores al sentido;
los árboles menea
con un manso ruïdo
que del oro y del cetro pone olvido.
Téngase su tesoro
los que de un falso leño se confían;
no es mío ver el lloro
de los que desconfían
cuando el cierzo y el ábrego porfían.
La combatida antena
cruje, y en ciega noche el claro día
se torna, al cielo suena
confusa vocería,
y la mar enriquecen a porfía.
A mí una pobrecilla
mesa de amable paz bien abastada
me basta, y la vajilla,
de fino oro labrada
sea de quien la mar no teme airada.
Y mientras miserable-
mente se están los otros abrazando
con sed insaciable
del peligroso mando,
tendido yo a la sombra esté cantando.
A la sombra tendido,
de hiedra y lauro eterno coronado,
puesto el atento oído
al son dulce, acordado,
del plectro sabiamente meneado.