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Deuteronomio 18, 15-20 |  1 Corintios 7, 32-35 | Marcos 1, 21b-28

“El sábado entró Jesús en la sinagoga”. Estas primeras palabras del evangelio de este domingo son importantes. El sábado de los judíos –y por lo tanto el sábado de Jesús- es nuestro domingo. Por eso podemos decir: el domingo entraron los cristianos en la iglesia. En la iglesia se puede entrar todos los días y a todas horas, ciertamente. No obstante, el domingo tiene un sentido especial, porque es el día de la resurrección de Jesús y de nuestra resurrección, celebrada desde los primeros días del cristianismo, aunque ya entonces de distintas maneras y con los cambios de los tiempos esa verdad central de nuestra fe pueda expresarse de distintas maneras. Es el día de “descanso” y de celebración. Observar a Jesús debe movernos siempre

“Se puso a enseñar”

La sinagoga (nuestra iglesia) y por lo tanto la comunidad que se reúne en los actos litúrgicos son para orar, para enseñar y para aprender (escuchar). Un equilibrio entre estas diversas actividades es necesario para hacerlo como lo hacía Jesús. Jesús era un buen predicador. Él enseñaba en muchos lugares. Lo leemos con frecuencia en los evangelios. Y enseñaba también en la sinagoga. Lo leemos en el evangelio de hoy: “se puso a enseñar”.

Con frecuencia se ha dado poca importancia a las lecturas de la celebración dominical. Parte de culpa puede estar en quienes “enseñan”, en quienes hablan, aunque sea desde una “cátedra”. Es cierto que para la enseñanza contamos con la catequesis fuera de los momentos litúrgicos. Pero una cosa no impide la otra. Precisamente ambas deberían ayudarse mutuamente.

“Una doctrina nueva”

Por lo que dice el evangelio parece que con mucha frecuencia los que oían a Jesús quedaban impresionados. Les llamaba fuertemente la atención. Y lo comentaban: “se preguntaban unos a otros”. Notaban que Jesús no era un charlatán. Tampoco era un erudito que presumía de sus muchos saberes. A estos les oían –y les oímos- con mucha frecuencia y no nos llaman la atención. Incluso cuando hablan bien. Esto gusta, pero no satisface; no basta. De una cátedra (sea una mesa, sea el suelo, sea un… se espera algo más que palabras que se lleva el viento. La novedad sí llama la atención.

La novedad de Jesús

¿Y cuál era la novedad de la enseñanza de Jesús? Los oyentes supieron expresarlo en pocas palabras: “Habla con autoridad”. “No como los escribas”. Los escribas eran conocedores de las leyes. Pero se quedaban ahí. Jesús les enfrentó con frecuencia. Los conocía. De ellos dijo: “Ellos dicen, pero no hacen” (Mt. 23,3). En el evangelio de hoy constatamos que Jesús decía y hacía. Fue un caso más. En no pocos actos parecidos (pensemos, por ejemplo, en la multiplicación de los panes y los peces), Jesús no sólo hablaba, sino que también hacía, obraba. Ahí estaba la diferencia y la novedad. Toda su vida fue un canto nuevo.

Para la semana: Y nosotros: Decimos, escuchamos, hacemos… ¿Somos coherentes escuchando como Jesús lo era enseñando?