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Jonás 3, 1-5.10 |1 Corintios 7, 29-31 | Marcos 1,14-20

Una y otra vez la liturgia de la palabra proclamada en la celebración de la eucaristía nos ofrece la oportunidad de “oír” un mensaje importante para nuestra vida cristiana. En las lecturas se pone en boca de Jesús una serie de sentencias suyas que riegan nuestra vida. Las personas que proclaman esas palabras de Jesús tienen la oportunidad de “encarnar” la persona misma de Jesús. ¡Es un honor, una suerte! Quizá no caemos en la cuenta de este servicio y privilegio de proclamar la palabra de Jesús en la celebración de la eucaristía. Y las personas que escuchan esas mismas palabras de Jesús tienen la oportunidad de prestar el oído no a un charlatán, sino a Jesús. Unos y otros, proclamadores y oyentes, tenemos esta suerte. ¡No lo olvidemos!

Habla Jesús

Cuando Jesús comienza a hablar a la gente tenía ya unos treinta años. Y unos treinta años en los que había llevado una vida “normal”, como la de cualquier persona en el seno de una familia y compartiendo el tiempo, el trabajo, las dificultades y las posibilidades de una familia.

El evangelio de hoy  nos lo presenta así. Conocía lo que pasaba en la vida. Y no solamente en su pueblo, Nazareth. Se había enterado de que a su primo, Juan Bautista, le ha encarcelado Herodes por haberle dicho unas cuantas verdades. Juan Bautista no vivía en el mismo pueblo que Jesús. Pero también entonces y allí las noticias corrían.

“El tiempo se ha cumplido”

Suponemos que Jesús en aquellos días estaba triste. No era de piedra. Todo lo contrario. ¿Sería indiferente a lo que le pasase a su primo Juan y a la barbaridad de Herodes encarcelándole –con visos de muerte-?.

“La buena noticia”

La buena noticia no era que hubieran liberado a su primo Juan. Sin duda Jesús se habría llevado una gran alegría si hubiesen liberado a su primo. Pero no fue así y Jesús debía seguir su trabajo, que ahora era proclamar el Evangelio, la buena noticia. Esta buena noticia era que había llegado el tiempo de que se cumpliesen las profecías-promesas hechas por Dios a sus antepasados. Las promesas se hacían realidad. Él era la prueba.

“Creed en la Buena Noticia”

Los antepasados de Jesús tenían la experiencia de que su Dios (Yahvé) de vez en cuando les había echado una mano en sus múltiples dificultades, había sido su salvador. Pero aquello no les satisfacía. Con frecuencia se enfrentaban con su Dios (Yahvé) pidiéndole cuentas, le abandonaban y se iban detrás de promesas halagüeñas de falsos dioses y de falsos profetas. En el fondo las mayorías no creían en las promesas. Y así caminaban a trompicones: un día eran de Yahvé y otro de dioses falsos.

“Convertíos”

Esta llamada a la conversión es frecuente en las celebraciones litúrgicas. Es una palabra central en la vida de los cristianos. Quizá con frecuencia es palabra que asusta. Pero Jesús no vino para asustar a nadie. Todo lo contrario. Conversión es ante todo confianza. Convertíos, confiad.

Para la semana. Sólo cuando tenemos confianza en una persona nos fiamos de ella. ¿Nos fiamos de la llamada-invitación de Jesús que nos dice “Venid conmigo”?