Del mismo modo que Jesús partió el pan con los discípulos de Emaús, también con nosotros en cada misa nos dice: “Tomad y comed, tomad y bebed”. Éste fue su deseo en la última cena. Es una presencia misteriosa, pero real: “Esto es mi cuerpo, esta es mi Sangre”… Es como si nos dijera a cada uno de nosotros: “Éste soy Yo, que he prometido quedarme siempre con vosotros”. Es una presencia para alimentar la amistad, tal y como lo explica Santa Teresa: “un trato de amistad con Aquel que sabemos nos ama”… Esta presencia sacramental está con nosotros en el sagrario.
Me contaba un párroco lo que le sucedió cierto día con Pepe, un vagabundo que todos los días, a las seis de la tarde se asomaba un momento a la Iglesia, y el párroco le preguntó qué es lo que buscaba, pues se asomaba un instante, miraba al sagrario y se iba. Pepe le dijo, pues nada, le miro y le digo a Jesús: “Hola Jesús, aquí está Pepe”. Después de algún tiempo dejó de ir y el sacerdote se enteró que estaba hospitalizado, fue a verle y las enfermeras le contaron que Pepe siempre estaba alegre. El sacerdote se acercó a la habitación de Pepe y le preguntó por su alegría cuando siempre estaba solo. Pero Pepe le dijo que todos los días, a la misma hora, tenía una visita. Era Jesús que cada día, a las seis de la tarde, se asomaba a mi puerta y me dice: “Hola Pepe, aquí está Jesús”. Y se va. “Por eso soy feliz”. La presencia de Jesús en la Eucaristía es alimento que da vida.
Ángel F. Mellado