Isaías 66, 10-14c | Gálatas 6, 14-18 | Lucas 10, 1-12.17-20
Las palabras del evangelio de este domingo son muy conocidas, las habremos proclamado y recordado muchas veces y siguen teniendo sentido en nuestros días, incluso quizá más que en otros momentos de la historia: “la mies es mucha, y los obreros pocos”. Lo dijo Jesús al enviar nada menos que a 72 discípulos. “Y les dijo:
La mies es mucha”
En tiempos de Jesús, de predominio agrícola, este lenguaje sonaba muy cercano: “la mies es mucha”. La humanidad es “mies de Dios”. La mirada a las mieses de un campo labrado era -y continúa siendo- un verdadero espectáculo, una belleza que tiene muy poco que envidiar a otras bellezas postizas. No hay belleza semejante a la belleza de los campos, aunque se puede deteriorar si no se la atiende. Y entonces la mirada también se deteriora. El lenguaje de Jesús era muy cercano a quienes le seguían. Al menos en muchas ocasiones. Jesús dominaba no pocas metáforas cercanas al pueblo, y el pueblo las entendía.
“Los obreros pocos”
Escuetamente Jesús echando su mirada larga (a la humanidad) confiesa que, efectivamente, hay mucha mies, pero pocos labradores. Son demasiado pocos para tan gran tarea. Faltan obreros, personas que atiendan a las necesidades de la tierra, de la humanidad. La imagen del evangelio era fácilmente comprendida, tanto en la mies como en los labradores. La mirada a las mieses de un campo labrado era -y continúa siendo- un verdadero espectáculo, una belleza que tiene muy poco que envidiar a nuestras bellezas. No hay belleza semejante a la belleza de los campos. Aunque también esta se puede deteriorar si no se la atiende. Y entonces la mirada también se deteriora, incluso hasta perderse.
“Corderos en medio de lobos”
La humanidad puede compararse a una piara. Jesús no tuvo reparo en decir a sus íntimos: “mirad que os envío como corderos en medio de lobos”. Ellos lo entendían fácilmente. Los más alegres de la piara son los corderos. Verlos alegres en los campos es un espectáculo curioso y simpático. Es una delicia. Se expresan mejor que las personas, aunque se expresan, evidentemente, a su modo. No obstante, los corderos son ingenuos (si así podemos decir), expuestos a los más diversos peligros. Concretamente a los lobos, que ven en ellos carne fresca. Y no quieren perderla.
Los pastores (los obreros) tienen que estar vigilantes para que los lobos no acaben con los corderos. Y tienen que estar vigilantes incluso consigo mismos, porque también ellos, aunque ya mayores, están expuestos a que los lobos (el mal activo presente en la humanidad) acabe con ellos.
“Rogad al dueño de la mies…”.
El enorme campo del mundo, quizá cada vez más extenso, rico y difícil, tendrá que estar vigilante para que la grandeza del campo (de la humanidad), que puede y debe ser un campo de juego, no se convierta en un campo de sangre. El dueño de la mies, el señor de la mies (en otras palabras: el Dios de la humanidad), puede y quiere echarnos una mano. Solo espera a que extendamos nuestra pobre mano para hacer con ella una humanidad fraterna. No estamos solos.
Para la semana: yo también estoy enviado por Dios como obrero a trabajar en su campo, que es la humanidad.