En este momento estás viendo ¿QUIÉN ES MI PRÓJIMO?

Deuteronomio 30, 10-14 | Colosenses 1,15-20 | Lucas 10, 25-37

  

En el evangelio hay muchas páginas sencillas de entender. No podemos escudarnos en que el evangelio es muy difícil de entender. Jesús hablaba generalmente a personas sencillas. Los apóstoles eran pescadores.

Es verdad que también con cierta frecuencia Jesús tuvo que confrontar a estudiosos (escribas y fariseos), y desenmascarar a conocedores de la Ley y escuchar preguntas eruditas para pillarle. Pero Jesús habló sobre todo a la gente sencilla: a ellas escuchaba, a ellas se dirigía y a ellas procuraba hablar y enseñar con sencillez profunda.

“Para tentarle”

En esta ocasión las cosas fueron distintas. A Jesús -como al cristiano- no todos le buscaban para escucharle, para aprender, ansiosos de verdad. Le buscaban unas veces para ponerle a prueba y otras veces para clara e hipócritamente tentarle o para intentar ponerle en ridículo (así lo pensaban ellos).

El evangelio de hoy presenta a un conocedor de la Ley que se hizo el tonto ante Jesús. Y le preguntó qué tenía que hacer para salvarse. De sobra lo sabía el legista, que conocía el libro sagrado (concretamente el Deuteronomio) y allí se le decía claramente. Jesús no quiso humillarle. Pero sí le dijo: “Tú sabes lo que tienes que hacer”. Sencillamente: haz lo que has leído en los libros santos: “Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente. Y al prójimo como a ti mismo”. Jesús quedaba tranquilo con esta respuesta. Era una respuesta que unos y otros podían encontrarse en la palabra de Dios, en la Biblia. Y lo había oído muchas veces en la Sinagoga.

La parábola del buen samaritano

El legista se hizo, no obstante, el ignorante, aunque lo que quería era poner en un aprieto a Jesús. Y, haciéndose el tono, le preguntó a Jesús para “justificarse” él: “¿Y quién es mi prójimo?”. ¡Como si no lo hubiera oído nunca!

Y en esta ocasión, con la calma que generalmente calificaba a Jesús con la gente sencilla, le contestó al legista con una larga parábola, que era el estilo de Jesús con la gente sencilla. Y le largó lo que conocemos como “parábola del buen samaritano” (que hemos oído no pocas veces). Y aquí encontrará el legalista quién era su prójimo.

El legalista tuvo que apretarse los dientes. Le dolió esta respuesta de Jesús. Y menos aún con alegría, porque el legalista, que era judío, no podía ver a los samaritanos. Era casi como rechinarle los dientes. Era como decirle: “¿Sabes quién es tu prójimo, ese a quien debes amar?”. Pues…, es un samaritano y enfermo, por más señas, necesitado de todo, que incluso está en descampado y no sabe qué puede hacer. Ese es un samaritano.

“Haz tú lo mismo”

La hermosa parábola acentuó las dificultades para que resaltase  más lo que quería decirle. Mi prójimo no es aquel que pasa junto a mí, ante quien hago un rodeo para no encontrármelo, ante quien solo se le ocurre un “Dios te ampare”, quien tiene agilidad para escaparse y huir… Ese no es mi prójimo. Mi prójimo es quien se echa a la espalda a quien no puede andar, quien, sin dejar su tarea, le lleva hasta una posada, le pone en las buenas manos del posadero y le dice al posadero: “pasaré por aquí cuando termine mi tarea” y te lo pagaré todo. Cuídamele bien, que es mi amigo.

Para la semana: Lee varias veces la lectura de este domingo (Lucas 10, 25-37), porque no te dejará frío y seco. Ya verás. Tú harás lo mismo que el buen samaritano. Incluso con los enemigos.