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Apocalipsis 7, 2-4.9-14 | 1 Juan 3,1-3 | Mateo 5,1-12a

La celebración de Todos los santos cae este año en domingo. En el camino litúrgico la comunidad cristiana dedica un día al año a celebrar a los Santos en común. Podríamos decir que recuerda a todos aquellos que gozan ya la vida eterna y que no aparecen en el Calendario cristiano. Están en el Calendario de Dios. A Dios no se le escapa uno. Es “muchedumbre inmensa”. Esa sí que es la gran familia de Dios. Allí nos esperan. Hoy les recordamos a ellos y también echamos la mirada adelante, a nuestro futuro gozoso.

¿Quiénes son los santos?

Cierta deformación nos lleva a pensar que santas/os, en el cristianismo, son aquellas/os a quienes han hecho un proceso después de muertos y han resultado ser personas íntegras, ejemplares, que han sobresalido por encima del común de los cristianos. Incluso se les exige que hayan hecho algún milagro después de morir. De éstas/os decimos que han sido canonizados. No son muchos los que forman parte de esta categoría de personas. Nos parece que sí, que son muchos, que el Calendario está lleno de estos nombres de mujeres y hombres excepcionales. Pero en realidad es solo una minoría. A esta minoría la vamos recordando y celebrando a lo largo del año litúrgico.

Una gran muchedumbre.

Hoy, día de Todos los Santos, aparcamos a estas grandes figuras (que ciertamente lo fueron) para recordar y celebrar a una gran muchedumbre de personas, mujeres y hombres, que a lo largo de la historia han sido “buenas personas, buenos cristianos”, con sus pecadillos diarios, su caer y levantarse. Fueron mujeres y hombres menos conocidos, menos espectaculares…, pero no hay quien nos quite que fulano o mengano, con quienes hemos compartido años y de quienes nos han hablado nuestros mayores, gozan ya de Dios. De ellos decimos con frecuencia: fulanita/o era una santa/o. Y seguramente tenemos razón. El pueblo los ha canonizado: “en el fondo eran buenos”.

Bienaventuradas/os.

Nosotros los llamamos así. Otros utilizan palabras semejantes y quizá más cercanas a la gente: felices, dichosos. Bienaventuradas/os fue palabra pronunciada por Jesús. Él sabía lo que decía. Y se lo decía al “gentío”, a la gente sencilla que le seguía. No era una palabra de gabinete.

Las Bienaventuranzas han sido consideradas a lo largo de la historia del cristianismo como el resumen de lo que debe ser un verdadero discípulo de Jesús. Otros dicen que Jesús con esas palabras estaba describiendo las categorías de la gente que le seguía: unos eran pobres, otros eran mansos, otros perseguidos, otros oprimidos y perseguidos, etc. A todos ellos Jesús les llamaba “bienaventurados, felices, dichosos, etc.”.

“Lavaron sus vestiduras en la sangre del Cordero”.

Los bienaventurados, felices, dichosos… (o como se les prefiera llamar) han lavado sus vestiduras (= su vida) en la sangre del Cordero (en la sangre de Jesús, perseguido también Él). Lavar con sangre parece una contradicción; en realidad es un símbolo fácil de entender: cuesta sangre ser dichosos seguidores de Jesús, que terminó su vida mortal crucificado. “Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán”; “dichosos vosotros cuando os persigan…”. Parecen Bienaventuranzas raras; son Bienaventuranzas realistas. ¡No las desvirtuemos!

Para la semana: Elige una Bienaventuranza -la que quieras- y medítala durante la semana.