Acabamos de estrenar un nuevo año, atrás queda un año condicionado por la pandemia, ahora con una nueva variante del virus llamada ómicron; pero en medio de esta pesadilla renacen cosas nuevas, pequeñas cosas que alegran y motivan, una de ellas es encontrarse con las puertas abiertas, me refiero a las puertas de la Iglesia. No deja de ser un signo esperanzador, que nos hace pensar en otra clase de puertas. Recuerdo aquellas palabras de San Juan Pablo II, ¡No temáis! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo!, para que entre ese aire fresco que oxigena nuestros corazones. Tener las puertas abiertas nos enseña a recuperar la acogida, a tener un servicio permanente de atención a las personas. Cuando celebro la Eucaristía, al mirar al fondo del templo, observo como pasan unos y otros por la Avenida, aprovecho para pedir por ellos y bendecirlos, por tantas personas que van y vienen, algunos de ellos se paran y observan en silencio, otros se santiguan, otros pasan de largo indiferentes, algu-nos deciden entrar y estar con el Señor. Es abrir las puertas a Cristo para que el hombre recupere su ánimo, sus ganas de vivir, invadido por la duda, la inseguridad y el miedo. Necesitamos abrir las puertas de nuestro interior para que Él nos hable al corazón y nos llene de palabras de vida. Sólo tenemos que abrir las puertas, «Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo» (Ap 3, 20).
¡FELIZ AÑO NUEVO!
Ángel F. Mellado