Hechos 1, 1-11 | Efesios 1, 17-23 | Mateo 28, 16-20
En la vida de muchas personas hay un momento que no se olvida: la última voluntad de un ser querido. No nos atreveríamos a traspasarla por todo el dinero del mundo. Esas últimas palabras de un ser querido no se venden, se guardan en lo más íntimo y se recuerdan siempre.
Jesús se despidió de los suyos en dos ocasiones: en la última cena y momentos antes de subir al cielo (lo que llamamos Ascensión, que celebramos este domingo).
Dos voluntades
En la primera despedida Jesús, en la última cena, dejará esta joya como última voluntad: “Amamos unos a otros como yo os he amado”. En la segunda despedida, momentos antes de subir al Padre, dejará esta otra joya, que completa la primera: “Haced discípulos a todas las gentes”. No se oponen una a otra. Es más: se complementan. En este domingo la liturgia recuerda expresamente la segunda. Escuchémosla con frecuencia en nuestro interior, en la comunidad cristiana y en la vida real de cada uno.
Es un honor
Que Jesús se haya fiado de sus discípulos para llevar adelante la Buena nueva que él predicó y por la que se jugó la vida hasta morir como un malhechor, es un honor. La predicación y gestos de Jesús fueron un respiro para muchas personas, sobre todo para las más necesitadas corporal y espiritualmente. Conviene recordar esa vida real de Jesús para darse cuenta de la actividad de Jesús, actividad que decía y hacía lo que tantos necesitados, corporal y espiritualmente, añoraban, en el fondo querían y afortunadamente lograron. Leer el Evangelio en esta dinámica es, al mismo tiempo, valorar grandemente nuestra propia vida si sigue los pasos del Maestro.
Y es una tarea
A Jesús no le fue fácil llevar a cabo el mandato de su Padre. Ahí están las páginas del Evangelio y el final de su vida mortal. No es evangélico citar siempre y solo páginas dulces a los oídos. Seguramente hay momentos en la vida en que se necesita de algunas páginas del Evangelio que hablan de exigencias y dificultades. Hay páginas evangélicas que retratan la dureza de la vida de Jesús y que alumbran la dureza de la vida de sus seguidores, de sus apóstoles y evangelizadores. Hacerse destinatarios del Evangelio es hacerse destinatario de todo el Evangelio.
“Yo estoy con vosotros todos los días”
Conocedor del honor y de la tarea que ha puesto Jesús a sus seguidores, Él mismo les echa un capote sobre todo cuando se pueden ser tentados por la hermosa y al mismo tiempo ardua tarea que se les entrega. Jesús compromete su propia vida con quienes le siguen, “con vosotros” (que somos también nosotros): “Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”. ¡Llevamos un buen compañero de camino! Tomar conciencia de que no estamos solos en nuestra tarea de evangelizar es un alivio que estimula nuestra vocación universal a hacer presente el mensaje de Jesús en la vida de nuestros hermanos/as.
Para la semana: Repetiré con frecuencia estas palabras de Jesús: “yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”.