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Hechos 8, 5-8.14-17 | 1 Pedro 3, 15-18 | Juan 14, 15-21

Sigue la liturgia de este Domingo en línea con lo que nos recordaba la liturgia del Domingo pasado: “No se turbe vuestro corazón”. Hoy nos recordará: “No os dejaré solos”. Jesús, que ve turbados (quizá incluso angustiados) a los Apóstoles ante un Jesús que se despide, necesitaba palabras de consuelo, no de un consuelo facilón, sino del consuelo que aportan las palabras que salen de su boca, de la boca de quien lleva tiempo conviviendo con ellos y a quienes quiere de verdad. Las palabras, pues, que proclamamos en este Domingo son también palabras consoladoras. No las olvidemos, porque son muy positivas y nos vienen bien a quienes… Tanto las palabras del domingo pasado como las del presente recogen una de las intervenciones de Jesús en la última cena.

El Padre “os dará otro Paráclito”
A los Apóstoles tristes porque Jesús se va, Jesús les dice: “No os dejaré solos. Mi Padre os dará otro Paráclito”. ¡Ah!, nos preguntaremos: ¿pero es que hemos tenido ya un paráclito? ¿Y qué es eso de un paráclito? La palabra “paráclito” es una palabra técnica, muy rica de contenido, que puede traducirse por una serie de palabras que, todas ellas unidas, nos permiten entender, aunque no del todo, lo que quiere decir “paráclito”. Buenos conocedores de Biblia dicen que Paráclito puede ser traducida por todas estas palabras juntas: abogado, consolador, defensor, intercesor, asistente, valedor.

Jesús mismo ha sido para los Apóstoles “paráclito” muchas veces. Y ellos estaban tranquilos, y hasta ufanos, a pesar de los escribas y fariseos, que eran sus enemigos. También nosotros podemos estar tranquilos.

El abogado no defiende al enemigo
El “paráclito” es el abogado. Abogado no es una palabra externa. Es una palabra noble, que define a quien defiende una causa noble. ¡A nadie se le ocurre elegir como abogado de una causa a quien es su enemigo! Ni siquiera se le ocurre. Prefiere a un amigo. Sobre todo si el amigo es un buen abogado. El buen abogado da serenidad, tranquilidad, esperanza. Eso sigue siendo Jesús resucitado para nosotros.

Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando (Jn 15,14).
Jesús mismo lo anuncia, nos escoge como amigos. ¡Qué honor! Pero Jesús no es un ingenuo. Tampoco les oculta una condición: “si hacéis lo que yo os mando”. Porque ésta será la prueba de que aceptáis ser mis amigos. Yo no os lo impongo, porque la amistad no se impone; la amistad nace del amor mutuo. Jesús se lo repite de varias maneras, siempre con el mismo sentido: “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos”. La vivencia de los mandamientos será la prueba de que amamos a ese Jesús que quiere seguir siendo nuestro amigo abogado (consolador, etc). Una mirada a nuestra vida será suficiente para hacernos una idea real del grado de amistad que tenemos con este amigo abogado y consolador que es Jesús.

“Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros”.
Jesús ni fue ni es egoísta. Quiere que le quieran. Pero no aceptará un amor que no pase por los demás. Jesús, más que decir “gracias porque me amas”, dice: “gracias porque amas a mis hermanos”, tú verás si realmente los amas, cómo los amas…

Para la semana: Jesús no nos deja huérfanos; no dejemos huérfanos a nadie, menos aún a quienes son hermanos de Jesús.