Jeremías 1, 4-5.17-19 | 1ª Corintios 12, 31-13,13 | Lucas 4, 21-30
La semana pasada dejábamos a Jesús presentándose en la sinagoga de Nazaret, su pueblo. Como era su costumbre, los sábados -nuestro Domingo- Jesús no faltaba a la cita religiosa. Allí la comunidad escuchaba la palabra de Dios, preferencialmente tomada de los profetas. Y, normalmente, esa misma palabra era comentada. Algo así como nuestra liturgia de la palabra. Un día Jesús hizo la lectura y dijo unas palabras. No fueron muchas, pero llamaron la atención. Dijo:
“Hoy se cumple aquí lo que acabáis de oír”
Lo que acababan de oír era algo inaudito: “el Espíritu del Señor está sobre mí…”. Todos se quedaron de una pieza y admirados.
Le habían visto en la carpintería con José. Jesús vivía con sus padres y no había llamado la atención en Nazaret. Una vez se había separado de sus padres: cuando subieron a Jerusalén. Su madre, María, le había “reprendido”, pero nada más. Jesús había vuelto con ellos a Nazaret y allí le conocían.
“¿No es este el hijo de José?”
Ahora, en Nazaret, y concretamente en la sinagoga, había abierto el libro del profeta Isaías. Y ya sabemos lo que había leído: “el Espíritu del Señor está sobre mí… Hoy se cumple esto”. Los que lo oyeron en la sinagoga quedaron admirados, admiración que pronto se convirtió en cuchicheo y perplejidad: “¿pero este no es el hijo de José”, se preguntaban? Y era la comidilla en el pueblo.
“Médico, cúrate a ti mismo”
Era un refrán y Jesús se adelantó. “Seguramente me vais a decir… Haz en tu tierra lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaúm”. Probablemente todos -o muchos- le habríamos dicho lo mismo. En realidad, Jesús era ya conocido en los alrededores. Concretamente en Cafarnaúm. Hasta sus oídos habían llegado ciertas cosas que llamaban la atención. Y que gustaban a la gente. Pero los Nazaretanos querían verlas en su pueblo.
“Todos los de la sinagoga se llenaron de ira”
Jesús no hizo milagros en Nazaret, su pueblo. Y ellos querían milagros, aunque no utilizasen esa palabra. Se lo dijeron claramente: “Haz aquí lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaúm”. Pero Jesús no estaba por ello. Él hizo algo más valioso y no se inmutó. Ellos, en plena celebración sabática en la sinagoga, le despreciaron como a un cacharro inútil. Querían de Él otra cosa. Y, al no verla, pensaron “despeñarle”. ¡Nada menos! Jesús ni huyó ni se amilanó. Sencillamente: “pasando por medio de ellos, se marchó”.
Para la semana: ¿Qué esperamos de Jesús?