En este momento estás viendo “LO DEJARON TODO Y SE FUERON CON JESÚS”

Isaías 6, 1-2ª.3-8 |  1ª Corintios 15,1-11 | Lucas 5, 1-11

Los domingos pasados nos han puesto ya a Jesús “predicando” (en su pueblo, etc.). Fue una predicación con poco éxito. Quienes le oían querían acabar con su vida, despeñándole (¡qué horror!). Pero Jesús no dejó de predicar. Era su vocación. Era el momento en que él iniciaba su ministerio.

Hoy la liturgia lo presenta asociando a sus cuatro primeros seguidores más íntimos a la tarea que Él había iniciado. Lo hizo con unos pescadores, entre los que estaba Pedro, “el rudo pescador de Galilea”. Y lo hizo con una fórmula que ya los profetas habían usado: “Te haré pescador de hombres”. Los cuatro, “dejándolo todo, le siguieron”.

La vocación del profeta Isaías

Jesús no había venido a abolir lo antiguo, sino a perfeccionarlo. Antes de Jesús, ocho siglos antes, uno de los grandes profetas, Isaías, ya había sido llamado a hablar. Él no lo había pedido. Es más, se resistió, buscaba el modo de escaparse de la tarea que le venía encima. Pero Dios no estaba por que se le escapase. Le dijo con claridad: “irás adonde te mande”. Dios comprende que quisiera escaparse. Isaías era listo y conocía a su pueblo, “pueblo de dura mollera”. Hasta que agachó la cabeza y dijo: “Heme aquí: envíame”.

Unos pescadores a la orilla del mar

Estaban a la orilla del mar. Eran pescadores que lavaban las redes. Jesús los conocía. La noche les había ido mal. Jesús hizo un pescador que domina esa tarea: “Bogad mar adentro y echad las redes”. ¡Se lo dice a Pedro, que, en esto, daba cien vueltas a Jesús! Pedro no le ocultó la mala noche: “Maestro, hemos estado bregando y no hemos pescado nada, pero, en tu palabra echaré las redes”. Y todos sabemos lo que parecía el final: las redes casi se rompían de la cantidad de peces pescados. Pedro, puro carácter, solo tuvo estas palabras: “Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador”. Creía Pedro que con esa respuesta, hermosa, sin duda, ya todo había terminado. ¡Un día de suerte! Pero Jesús tenía aún algo en la recámara: “Desde ahora serás pescador de hombres”. Y, ni corto ni perezoso, “dejándolo todo, le siguió” para esa tarea.

“Pescador de hombres”

Esta era la vida que esperaba a Pedro y a sus compañeros. Tenían que cambiar de redes. No irían a dominar a los hombres (y mujeres). No necesitaban redes. No tenían asegurada la vida. No eran los predilectos de una persona que se había hecho famosa pisando a quienes iban delante de él.

Estaban en el areópago de Atenas, orgullo de la ciencia y de la filosofía. Pablo, que hablaba mejor que Pedro, expresó qué era pescar hombres: “creer en Jesús resucitado”. Le llamaron “charlatán”, “se burlaron de él”, le despidieron despectivamente: “Sobre esto ya te oiremos otra vez”. Su pesca fue casi como la de Pedro. Algo pescó: “algunos hombres se adhirieron a él y le creyeron” (Hch 17).

Para la semana: Jesús nos pesca donde menos lo pensamos. Y también nos dice: “echad las redes” a pescar hombres y mujeres.