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Génesis 3, 9-15.30 | Efesios 1, 3-6. 11-12 | Lucas 1, 26-38

La liturgia de este domingo celebra la solemnidad de la Inmaculada concepción de María, que prevalece sobre la liturgia propia del segundo domingo de Adviento. Esta solemnidad da un tono especial al Adviento. María está presente en todo lo que atañe a Jesús. A todo ello le da un tono peculiar. Basta echar una mirada a la cultura y devoción popular y artística para sentirse dentro del misterio. Terminamos “cayendo”.

María, la llena de gracia
A María podemos acercarnos de múltiples maneras. Tenemos experiencia de ello. Seguramente nunca, o muy pocas veces, nos hemos acercado a ella diciendo: “Hola, inmaculada”. Parece, no obstante, que se hace en determinadas culturas y celebraciones. Y puede decirse que es un saludo significativo. Es cierto que la Palabra de Dios no utiliza la palabra inmaculada para referirse a María. Pero también lo es que se dirige a ella llamándola “llena de Gracia”. Y esto sí lo decimos todos los que rezamos el “Ave María”.
Es más, llamarla “llena de gracia” (o “agraciada”, o “la más favorecida de Dios”, si se prefiere) fue el primer saludo que recibió María. Y llamarla llena de gracia es la expresión en positivo de llamarla “sin pecado”, sin ningún pecado; tampoco el pecado original, que nos endosan a todos por el hecho de descender de una pecadora.

“María se quedó perpleja”
Se turbó o conturbó, dirán otros. Quizá María no se atrevió a decirse: “estoy loca; a quién se le ocurre pensar esas cosas”. La cosa no era para menos. Una primera reacción de este tipo manifiesta precisamente que María no estaba loca; pero también, y por lo mismo, que se le conmovía todo su ser. Y que tenía miedo. Por más sola que estuviese (seguramente estaba rezando). Pero algo, no obstante, insistía allá adentro y volvía una y otra vez a su conciencia. Y oía, sin quererlo oír: “No temas, María”. No había modo de echar fuera esta situación interior.

La entrada en el misterio
Vencida, al menos en parte, la perplejidad, la cabeza y el corazón se le abrieron a la duda, a las dudas. “No, imposible. Ya estoy desposada. Y lo nuestro va a ser algo muy normal. Imposible”. Pero la voz interior seguía: “para Dios no hay imposibles”. La habían cerrado todas las puertas al escape. Ante ello, sólo quedaba el “hágase”. Y no como resignación, sino como deseosa, cuanto antes. Y la Palabra acampó entre los mortales, nosotros. ¡Qué alegría!

Celebramos el misterio
Acompañados de María, la primera sorprendida, la llena de gracia, la que se inclina gozosa de que Dios se abaje a la humanidad… Llenos, no obstante, de perplejidades, dudas, escapatorias, pecados y gracia abundante…, caminemos a la luz del Señor.

Para la semana: Adviento tiene mucho que preparar. Paso a paso, entre sorpresas y promesas, avivemos nuestra fe y nuestra esperanza en la venida de Enmanuel (Dios con nosotros).