En este momento estás viendo “No es tan fiero el león como lo pintan”

 

Sabiduría 9, 13-18 | Filemón 9b-10. 12-17 | Lucas 14, 25-33

Cuando leo las palabras evangélicas que hoy proclamamos en la liturgia de la eucaristía me viene siempre a la memoria una experiencia académica de hace ya bastantes años. Érase una vez un profesor con cara y gestos de duro, competente y buen pedagogo. Cuando algún alumno se acercaba a él para pedirle que le guiase en su trabajo de licencia o doctorado, el profesor, muy serio, le leía la cartilla: “bien: ¿cuántas lenguas sabes? ¿cuál es tu nota media? ¿para qué quieres el título? ¿cuál será tu futuro…?”.

Ni que decir tiene que la mayor parte de estos alumnos se daban media vuelta y renunciaban a ser dirigidos por tal profesor. Algunos, no obstante, desde la sinceridad que el profesor podía incluso investigar, sufrían el chaparrón y lograban ser aceptados. Y les iba bien. Eso sí: sudorosos. Y terminaban seguros de que sus tesis o trabajos académicos iban a ser evaluados positivamente por el tribunal. Y, de hecho, terminaba sabiendo que el león no era tan fiero como parecía y decían. Hasta era amable. Y, por supuesto, comprensivo con el joven a quien auguraba un futuro prometedor. Y tuvo buenos discípulos.

Jesús era un fiero león

En su relación con quienes se acercaban a él y le escuchaban, Jesús se invitaba a tener con él una relación cercana. Era una invitación. Nada más; y nada menos. Y no engañaba. Sencillamente ponía sus condiciones: “si alguno se quiere venir conmigo…”. Y largaba unas condiciones que, al menos a primera vista, parecían excesivamente exigentes. Hasta los traductores de las palabras de Jesús han encontrado algunas de esas palabras como “injuriosas” y han tratado de limarlas para que no sonaran tan duras. Y a pesar de ello, siguen sonando “duras”. De hecho, algunos (quizá muchos) de los oyentes se dieron media vuelta y le dejaron.

No tanto como le pinta Lucas

Los “rugidos” del león no eran tan fieros como parecería. Pensaban los oyentes si Jesús habría tenido un día malo y se había despachado de lo lindo. Le habían escuchado muchas veces. Y no había sido tan “duro”, aunque no le faltaron arranques parecidos (“raza de víboras”, etc.). Lo normal en él era la palabra suave, comprensiva, misericordiosa, animosa, cercana, defensora de los sencillos y necesitados… Se le podía “perdonar” aquel desahogo.

Y siempre león

A Jesús le llama la Escritura “León de Judá”. La dignidad, lucha y victoria del león le viene como anillo al dedo. Y eso quiere para sus seguidores. Jesús era sincero. No engañaba a nadie. Siempre había sido exigente. No perdía el tiempo. No le gustaban las trapacerías de muchas personas. Ni las injusticias, ni las vanidades, ni las presunciones… Y terminaba venciendo. Incluso a la muerte, el último enemigo.

Para la semana: Medita la lectura evangélica que hemos proclamado (Lucas 14, 25-33) y termina tu meditación con las palabras que repites al terminar la lectura evangélica: “Gloria a Ti Señor Jesús”.