Hechos 6, 1-7 | Primera de Pedro 2, 4-9 | Juan 14, 1-12
“La palabra angustia tiene muchos significados. La angustia es una emoción, sentimiento, pensamiento, condición o comportamiento desagradables”. Todos lo conocemos en nuestro interior, que a veces se manifiesta en el exterior.
En este tiempo todavía de Pascua, Jesús, que ha mirado a sus discípulos desde la cruz, los mira ahora desde la cercanía de la vida normal. Jesús nunca ha abandonado a los suyos. Pero llama la atención cuando se ve el titubeo de quienes le seguían, de sus discípulos más cercanos. El evangelio de este domingo nos lo pone en las manos.
“No estéis angustiados”
Estas palabras de Jesús aparecen con cierta frecuencia en sus seguidores. También en nuestro tiempo, entre nuestros amigos. En el tiempo de Pascua a veces nos parecería que continuamos tan angustiados como lo éramos antes. Nuestro mundo, tan revuelto en estos últimos años-días, nos parece que es para estar “angustiados”. Diariamente topamos con realidades vitales que nos parecen cada vez más angustiosos. Y nos preguntamos: “adónde el camino irá”.
“Ya sabéis el camino”
Jesús nos “cree” muy listos. La verdad es que efectivamente somos listos. Los más listos de la creación. Echar una mirada a la presencia actual y no puede negarse la vitalidad y novedades con las que topamos diariamente. Todo tipo de novedades, muchas de las cuales ellas habrían querido para para sí. Esto no podemos olvidarlo. Y debemos agradecerlo. El evangelio se empeña una y otra vez, de una manera y de otra, en enseñar la unidad del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Es un camino amplio y bien conjuntado. Presente siempre los tres, en cada momento y lugar manifiestan la unidad que señala el camino más comprensiblemente en el Hijo.
“¿Cómo vamos a conocer el camino?”.
A pesar de que seamos muy “listos”, no podemos negar que con frecuencia somos torpes y que el camino se nos tuerce y tardamos en dar el buen camino. El seguidor de Jesús resucitado se hace con frecuencia, y sinceramente, esta pregunta del apóstol Tomás: “¿Cómo vamos a conocer el camino?”. Y tardamos en ello. Tenemos afortunadamente que siempre se nos acerca, de una u otra manera, y nos indica, ese buen camino. Y sobre todo en nuestro interior escuchamos unas palabras suaves: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”. Nos dan tres por uno. La figura de Jesús, tan cercana a quien le busca, anima y alienta
“Nadie va al Padre sino por mí”
El padre -digamos también la madre- es el camino. Hay que quererlo, buscarlo, amarlo. El Padre espera la llegada del Hijo movido por el Espíritu, esa fuerza que no solo no abandona, sino que fortalece y empuja hacia el encuentro con el Padre y la Madre.
Para la semana: Al final del coloquio de Jesús resucitado con los discípulos, viendo Jesús que difícilmente le entendían, terminó diciéndoles: “Desde ahora le conocéis”. “Creedme… Al menos, creedlo por las obras”.