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Deuteronomio 26, 4-10 |  Romanos 10, 8-13 | Lucas 4, 1-13

Comenzamos uno de los tiempos litúrgicos que llamamos Cuaresma. El miércoles pasado nos humillamos ante la Iglesia confesando nuestra debilidad y abriéndonos a la conversión: “conviértete y cree el evangelio”. Es una llamada a nuestra vida.

Para los bautizados

Recordábamos los domingos pasados el bautismo de Jesús en el río Jordán. Jesús se puso en fila, como cualquier bautizando, inclinó la cabeza y el agua cayó sobre ella. Interiormente Jesús sintió algo especial. Jesús tenía ya unos treinta años. Cerró los ojos e internamente oyó unas palabras, que no había oído antes: “Tú eres mi hijo, el amado, el predilecto”. Era el Padre el que se lo decía, se lo asegurado. Y Jesús se asustó.

Y se retiró al desierto

Jesús se retiró a la soledad para rumiar esas palabras que había oído. Mejor dicho, fue el Espíritu quien le impulsó al desierto, a la soledad. El desierto era un buen lugar para pensar, para meditar lo que le había sucedido cuando se bautizó en el Jordán. Como si nosotros nos retiramos a hacer unos días de ejercicios espirituales (para entendernos). ¿Nos impulsa a nosotros el Espíritu a retirarnos de vez en cuando para pensar nuestra vida?

Y allí le esperaba el diablo

Le esperaba su enemigo, el diablo, que quería acabar con ese “Hijo de Dios” que le hacía la vida imposible. Y el diablo le tentó. El diablo sabía (y sabe), que la tentación no es pecado; es solo una prueba que, eso sí, una prueba que hace tambalear a los hombres. Y como hombre que era, Jesús no se libró de ser tentado.

Tres tentaciones

Y el diablo se le acercó -internamente- para destruirle (a Jesús). Y comenzó por el pan. El pan es símbolo de prosperidad material y de seguridad, de riqueza podríamos decir: “si eres hijo de Dios…”, aquí tienes pan. Jesús no cayó.

Pero el diablo no se desanimó. “Tienes todo el poder… si me adoras”, le dijo. Ahí fue muy débil el diablo y Jesús tampoco ahora cayó Jesús.

Pero el diablo no se desesperó.  Todavía tenía el diablo otra carta en la manga: la vanidad: todos te llevarán en palmitas. Pero el diablo, una vez más, dio en duro y tampoco a la tercera venció. Y Jesús le dijo: no pierdas el tiempo, no sigas tentando.

Y ahora sí, ahora se convenció de que no había nada que hacer con ese Jesús. Y el diablo, aburrido, se alejó (aunque, dice el evangelio: “hasta un tiempo oportuno”).

Para la semana: Jesús, que sabía de tentaciones, nos enseñó en el Padre nuestro a decir: “No nos dejes caer en la tentación”.