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GÉNESIS, 22, 1-2. 9ª.10-13.15-18

Romanos 8, 31b-34

Marcos 9, 2-10

 Generalmente hablamos de la transfiguración de Jesús sencillamente. En una montaña alta y con solos tres apóstoles: Pedro, Santiago y Juan, Jesús se transfiguró. Fue una subida bien calculada por Jesús.

Una caminata especial.

No fue una caminata o subida cualquiera. Los apóstoles estaban ya acostumbrados a caminar con Jesús. Pero esta vez las cosas eran distintas. Tuvieron que darse cuenta de que esta vez tenía que haber algo especial. Los apóstoles no eran tontos. Y realmente fue una caminata especial.

Esta vez acompañaron a Jesús solos tres apóstoles: Pedro, Santiago y Juan. Pedro, siempre Pedro, no se retuvo: “Tomó la palabra y dijo a Jesús: “Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí!”. Y enseguida lo arregló todo: “vamos a hacer tres tiendas”, quedándose él sin la suya. “No sabía qué decir”. Estaba asustado, como sus compañeros.

Una voz especial.

Y una voz los cubrió: “Este es mi Hijo, el amado, escuchadlo”. Los apóstoles miraban en derredor, pero no veían a nadie. Estaba solo “Jesús con ellos”. Pero Jesús tenía algo que decirlos. Bajando del monte, Jesús les impuso silencio hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos, cosa que se les quedó grabado y del que discutían, aunque no entendieron.

Para la semana: A ver si Jesús nos llama para hacer una caminata parecida. Es difícil, pero nos hará llegar hasta las puertas de la resurrección.