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Hechos 2,14.22-33 |  Primera Pedro 1, 17.21 | Lucas 24, 13-35

El cristiano celebra en relativamente poco tiempo la vida, muerte y resurrección de Jesús. Todos los años su vida gira en torno a ello. La resurrección es el punto central, no el más amplio, pero sí el punto al que mira todo verdadero cristiano. San Pablo refleja la importancia de la resurrección de Jesús para el cristiano con estas sencillas y tremendas palabras: “Si no resucitó Cristo, vana es nuestra predicación, vana también vuestra fe” (Primera Corintios 15,14). Y, sin embargo, la resurrección de Jesús no suele ocupar la mejor y más amplia parte de la vida del cristiano. Es un defecto que tenemos.

La muerte y la resurrección

Una sencilla mirada indica que se concede más tiempo, expresiones, sensibilidad, cantos, imaginería, cofradías, folclore etc. a la trágica muerte de Jesús, que a su resurrección, vida ya permanente entre nosotros.

El resucitado se esconde, no desaparece.

Quienes tuvieron la suerte de vivir en torno a Jesús, de haberle oído la novedad de su palabra, la oración frecuente, los milagros palpables… tuvieron que palpar también la “desgracia” de su muerte: sus enemigos un día se lo llevaron y terminaron con él.

Pero, en realidad, no pudieron con Él. No les duró mucho tiempo el “triunfo”, aunque creyeron que habían acabado con el “estorbo” desconocido que se les había dejado plantados durante unos años.

El resucitado se hace presente

La resurrección era algo tan inaudito, que no se podía pedir a sus cercanos -hombres y mujeres- que pensasen que Jesús iba a salir del sepulcro una vez entrado en él. Le llevarían flores, como se llevaban a tanta gente, pero de ahí no pasaría. Jesús había muerto como cualquier otro hombre y había desaparecido. No se podía pedir más a las personas del entorno de Jesús. Pero Jesús se hizo presente, de varias maneras, a lo largo de la historia.

Quédate con nosotros

Dos discípulos camino de Emaús tuvieron la suerte de encontrarse con Jesús resucitado sin saberlo ellos. Jesús resucitado se hizo el sueco con esos dos discípulos y entabló con ellos caminando, un buen diálogo sobre lo pasado en Jerusalén en aquellos días de muerte y resurrección. Los discípulos estaban cansados de caminar. El encuentro fue con Jesús que se había hecho compañero de viaje. Y aquellos dos “discípulos” cayeron hasta decir al comensal Jesús:

  “Quédate con nosotros… Y entró a quedarse con ellos”. Y en la mesa que ofrecían al “desconocido”, él se dio a conocer al partir el pan, que él mismo repartía después de bendecirlo” con bendición que había ya hecho más veces y todos intuimos. Y entonces “se les abrieron los ojos y le reconocieron”, “pero él desapareció de su lado”.

No necesitaban más. También los dos viajeros sintieron que “ardían sus corazones”.

Para la semana: Dedica un tiempo en esta semana “dialogando” con Jesús y los discípulos camino de Emaús.