En este momento estás viendo “SI NO VEO…NO CREO”

Hechos 2, 42-47 | 1ª Pedro 1, 3-9 | Juan 20, 19-31

Hemos clausurado una etapa breve pero intensa de nuestra fe cristiana. Aunque esto no pueda decirse de todo cristiano, tampoco se puede negar de muchos cristianos. Una mirada no solo a nuestras iglesias, sino también a nuestras calles es una mirada que entra por los ojos de cualquiera y por los sentimientos más hondos de muchas personas (no todas, desde luego). Los días que cercaron la persona de Jesús, de su Madre, de algunas otras mujeres, de invenciones

¿Se acabó Jesús?

La presencia de Jesús en nuestras calles dura poco. Dura más la preparación que la ejecución. También esto es verdad. La presencia callejera fue pasajera. Lo fue ya para el círculo que rodeaba a Jesús, los apóstoles, que se dispersaron… ¡Como tantas veces nosotros!

“Por miedo a los judíos.”

Los apóstoles, pescadores rudos, dejaron solo a Jesús en los momentos difíciles, y se escondieron. Con Jesús estaban tranquilos. Incluso se hacían a veces sacar pecho, presumir. Habían oído las diatribas o soflamas que Jesús lanzaba a los judíos. Y se regodeaban de ello. Pero los temían. Los judíos eran el poder y lo tenían en contra. No era el momento de hacerse los valientes. Aunque algunos lo fueron, mujeres sobre todo.

“Se presentó Jesús”.

Cuando no lo esperaban y más lo necesitaban los discípulos, se les presentó Jesús. ¡Jesús ya no podía vivir sin sus discípulos! “Y, resucitado, se presentó en medio de ellos”. Fue un encuentro no esperado por parte de los discípulos, pero, sin duda entrañable. ¡Dejemos volar a la imaginación entre turbada y alegre!

“La paz con vosotros”.

Estas fueron las palabras de Jesús a sus discípulos después de resucitar. Se las repitió. Los discípulos lo necesitaban. Paz era una palabra necesitada en esos momentos. Y en toda su vida. Era una palabra venida de arriba y que todos entendemos.

“Tomás, uno de los doce…, no estaba con ellos”.

En todas partes hay un garbanzo negro. El garbanzo negro fue en esta ocasión el discípulo Tomás. Sus hermanos, los discípulos, quisieron darle la noticia (se había apartado): “¡Hemos visto al Señor!”. No podía haber noticia mejor. Era cosa tan grande, que Tomás no la creyó. Se limitó a poner palos al carro: “si no veo… no lo creo”. Jesús se humilló, no le reprendió. Pero sí le dio la mejor lección: le dijo: “acerca tu mano… y no seas incrédulo sino creyente”. Y Tomás, ahora humilde, cayó: “Señor mío y Dios mío”.

Todavía le dio tiempo a Jesús para acercarse a Tomás y cerró el caso: “Has creído porque me has visto. Dichosos los que aun no viendo creen”.

Para la semana: En un mundo incrédulo es necesario avivar la fe.