El mes de noviembre es un tiempo propicio en el que la Iglesia nos invita a pensar en esa realidad que profesamos en el Credo: La comunión de los santos, la resurrección de los muertos y en la vida del mundo futuro, es decir, en la vida más allá de la muerte…
Empezamos recordando a los innumerables intercesores, Todos los Santos, que nos precedieron con el don de la fe y que ya gozan de la presencia de Dios para siempre. Ellos son nuestros grandes amigos, compañeros de camino en esta vida, nos enseñan estilos y formas de vida a imitar y a seguir. Son como veredas, atajos del camino para encontrarnos con Dios.
El día 2 de noviembre hacemos conmemoración de Todos los Fieles Difuntos. Nos une a ellos nuestra comunión con los que un día formaron parte de la Iglesia y que hoy pueden seguir necesitando de nuestra oración. Y también pueden ser nuestros grandes intercesores ante el Señor de la vida. Es una idea piadosa y santa rezar por los difuntos, según nos dice el segundo libro de los Macabeos. De una manera muy especial, los tenemos presente en la Eucaristía, pidiendo por su eterno descanso; también la Comunión, el santo Rosario, los sacrificios, limosnas y oraciones son los mejores regalos que podemos hacerles, las mejores flores que podemos ofrecer a nuestros seres queridos, las que no se marchitan y suben como ofrenda agradable a nuestro Dios misericordioso.
Ángel F. Mellado