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Hechos 10, 34ª. 37-43 | Colosenses 3, 1-4 | Juan 20,1-18

El Domingo de Resurrección es el Domingo de todos los Domingos. Los Domingos del resto del año litúrgico son eco de este Domingo. Sin éste, no existirían los demás. Sin la luz y sentido que les otorga este Domingo los restantes Domingos serían oscuros. Y esa luz se ha encendido cuando Jesús resucitó. Parecía que todo se había acabado y “de la muerte nació la vida”. A veces nos cuesta creerlo y hacerlo vida, pero es la verdad y la verdad nos hará no sólo libres, sino también “virtuosos”. Y en este caso ayudará al cristiano para estimar y vivir los domingos.

Porque… Jesús resucitó.

Esta afirmación fue siempre tan fuerte e insospechada que muchos, muchísimos no la aceptaron ni la aceptan en la humanidad. Ya san Pablo, por citar una autoridad, tuvo que defenderla en el areópago de Atenas ante los filósofos, que se rieron de él y se marcharon cuando oyeron hablar de Resurrección. Y también ante algunos cristianos de Corinto, a quienes les había predicado el Evangelio y parecía que dudaban de la Resurrección, el mismo Pablo afirmó rotundo: “Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe. Aún estamos en nuestros pecados”. Y quiso reafirmarla de nuevo ante esos “cristianos”: “¡Pero no! Cristo resucitó de entre los muertos como primicia de los que murieron” (1 Cor 15, 20).

“Resucitó Cristo mi esperanza”

La Iglesia pone en boca de María Magdalena estas hermosas palabras: “Resucitó Jesús mi esperanza”. ¡Qué alivio para aquella mujer angustiada por la muerte de Jesús! “Se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto” (Jn 20,13), decía. Pero Jesús no la dejó en la angustia. Se le hizo presente en la mañana de Pascua y le dijo sencillamente con acento cariñoso: “María” (Jn 20, 16). “Loca” fue a proclamar ante los suyos lo que parecía ridículo.

Magdalena puede ser compañera de camino de muchas personas que se acercan al sepulcro y encuentran al resucitado. La resurrección de Jesús es primicia (el primero), no el único. Pero Jesús es mi esperanza. La esperanza es de lo que todavía no se posee, pero que se confía poseer. Cierto que hay esperanzas vanas, sin fundamento; pero también hay esperanzas que ya en presente calienta motores para vivir un futuro al que no quiere renunciar.

Vivir en esperanza.

La esperanza (una esperanza que no defrauda, Romanos 5,5) es y seguirá siendo nuestra situación en la tierra. El mismo San Pablo, que tanto habló de la resurrección, no olvidó la esperanza. Y no titubeó en afirmar: “en esperanza estamos salvos” (Romanos 8,24).

Si esto debemos decir de la salvación, ¿no deberemos decir, con naturalidad, que estamos resucitados en esperanza? Y esto no carece de sentido para la vida presente: no vive lo mismo quien tiene esperanza que quien vive desesperado. Los cristianos somos gente de esperanza. El futuro nos espera. La muerte no es el final. ¡¡Resucitaremos!!

Para la semana: Voy a leer repetida y atentamente los relatos evangélicos de la Resurrección.