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Amós 8, 4-7 1 | Timoteo 2, 1-8 | Lucas 16, 1-13

El mensaje de Jesús no rehúye la problemática de la vida real de su tiempo, que puede iluminar la nuestra. Jesús puede tener sus preferencias por unas realidades u otras. Es normal. Pero la vida le enfrentaba a la problemática de la vida cotidiana. Jesús no era un Jesús de ojos cerrados. Y una problemática cotidiana era la del dinero. El dinero ha estado, está y estará en la vida cotidiana. Afecta a la vida real de los pueblos, de las familias y de las personas a lo largo de toda la historia. Un buen pensador cristiano escribió que “por debajo de un problema religioso late siempre un problema económico”. Esta convicción debería llevarnos también a nosotros, cristianos de cualquier condición, a pensar alguna vez lo que concierne a la presencia del dinero en nuestra vida cristiana.

Lo que dijo un poeta

“Madre, yo al oro me humillo / él es mi amante y mi amado, / pues de puro enamorado, / anda continuo amarillo. / Que pues doblón o sencillo / hace todo cuanto quiero, / poderoso caballero / es don dinero”.

Nos tienta el dinero

La primera lectura de este domingo, tomada del profeta Amós, es una página de realismo económica. Amós, siglo 8 antes de Cristo, fue un profeta popular y pastor, rudo y humilde, que con su ojo profético observaba lo que sucedía a su alrededor. Y ahí percibió la picaresca de los mercaderes de su tiempo, picaresca que a ellos les proporcionaba el dinero que robaban a los pobres. Basta leer la lectura que nos frece hoy la liturgia para entenderlo. Y después de leerlo, extrapolemos esa “picaresca” a nuestro tiempo y veremos cómo se ha modernizado sobre un fondo común que perdura. ¡A ver cómo me enriquezco, aunque sea a costa de los demás, incluidos los pobres!

Una sagacidad endiablada

Hoy va para los administradores. Y casi todos somos administradores, aunque haya grandes diferencias entre administradores y administradores. Hay administradores sagaces, se “admira” su sagacidad, pero no se aprueba la trama administrativa cuando es injusta. Somos listos, astutos, hábiles e ingeniosos para echar balones fuera, mirar a los otros, denunciar a los demás, inventarnos trucos y seguirlos para blanquear nuestra administración grande o pequeña. Como hacía el administrador sagaz del evangelio de hoy. Y el dinero está en el centro de nuestros movimientos, aunque a veces lo negamos. Y aunque haya excepciones.

No basta con ser sagaces

La sagacidad hay que ponerla al servicio de los que son tratados injustamente, no de quienes se sirven de la sagacidad para ser ellos mismos “vividores”. Concretamente en el caso del dinero: hay que ser sagaces para compartirlo con los necesitados, no para auto-convencerme de que eso no va conmigo. Sacaré muchos argumentos para no compartirlo. Quizá garantice una tranquilidad que buscamos. Pero eso no garantiza que sea correcto. Y mucho menos garantiza que sea cristiano.

Para la semana: ¿Es el dinero tu amante y tu amado? No es una meditación fácil, pero es interesante, quizá sobre todo para el cristiano.