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Isaías 55, 1-3 | Romanos 8, 35. 37-39 | Mateo 14, 13-21

En la palabra de Dios llama mucho la atención la serie de milagros que hacía Jesús. En realidad no fueron tantos los milagros que hizo Jesús. Y, desde luego, no se pasaba la vida haciendo milagros. Dios no envió a Jesús al mundo para hacer milagros. San Juan de la Cruz escribió: “No es de condición de Dios que se hagan milagros, que, como dicen, cuando los hace, a más no poder los hace”. Si los milagros, tal como suenan, retienen demasiado la atención y se cierran en su espectacularidad, puede desvirtuar el mensaje mismo de Jesús en lugar de afianzarlo.

La palabra y el pan

Jesús jugaba con ciertas palabras familiares a muchas personas, casi a todas: pan y palabra, palabra y pan. En las tentaciones que experimentó, el tentador le recordó a Jesús el pan; Jesús le recordó al tentador la palabra: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. Con frecuencia el “pan” se convierte en símbolo de todo alimento. A veces al pan le convertimos en tentador. Y a veces caemos en la tentación. Es entonces cuando la palabra se hace presente para recordar que “no sólo de pan vive el hombre”. Hombre y mujer necesitan también de “palabra”. La palabra no se hace presente para descalificar al pan, sino para defenderlo. Pan y palabra, palabra y pan pueden y deben ir de la mano.

Sintió compasión

El pan se comparte y la palabra se acoge cuando la compasión precede y acompaña. Más aún, es la compasión la que percibe la necesidad del pan y de la palabra. Hoy el evangelio lo dice con claridad, aunque puede ser que pase desapercibido como algo secundario. La compasión no es secundaria en la vida. Es central. Y menos en la vida de un cristiano. Jesús era compasivo. Lo demostró no pocas veces, con su palabra, sus gestos y sus “mandatos”: “Sed compasivos como también vuestro Padre es compasivo” (Lc 6, 36). Y es oportuno limpiar la palabra compasión de aderezos inadecuados que la desnaturalizan Compasión es “sentimiento de tristeza que produce el ver padecer a alguien y que impulsa a aliviar su dolor o sufrimiento, a remediarlo o a evitarlo”. Sin compasión no existe caridad.

“Despide a la gente”

Los discípulos no eran malos. Tampoco eran unos angelitos. Y su cercanía a Jesús tardó en asimilar su palabra y sus gestos.  Concretamente, la compasión no era su fuerte. No les era algo espontáneo. Ante una gente que se había acercado a oír a Jesús sólo se les ocurrió decirle al Maestro (¡eso sí, muy adornado!): “Despide a la gente”. Seguramente lo habríamos dicho muchos de nosotros. O lo hacemos actualmente. Nos falta compasión.

“Dadles vosotros de comer”

Jesús no se enfadó con los discípulos. Pero tampoco les dio la razón. Más bien se la quitó con pocas palabras y mucho contenido: “Dadles vosotros de comer”. Se quedarían pasmados. No lo esperaban. Desde el principio se había compadecido de ellos (“sintió compasión”) y había “curado a sus enfermos”.  No sabemos de qué les había hablado de Jesús. Sí sabemos que “se compadeció de ellos”, curó enfermos y les dio de comer. Y en lontananza les esperaba algo más fuerte, que ellos todavía no comprendían ni sospechaban: “Tomad y comed: esto es mi cuerpo”. La compasión y la eucaristía van unidas.

Para la semana: Repite con frecuencia: “Sed compasivos como también vuestro Padre es compasivo”.