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Hechos 3,13-15.17-18 | 1 Juan 2, 1-5ª | Lucas 24, 35-48

La liturgia de la palabra de este domingo se centra en la tercera aparición de Jesús resucitado. El evangelio prolonga la experiencia de Emaús y se encuentra con un grupo más amplio de discípulos.

Algo tan sorprendente como la resurrección crea en las personas generalmente sorpresa, silencio, negación, rechazo y alborozo. “Eso es imposible, son locuras.. a quién se le ocurre”, nos dicen y decimos con frecuencia. Y lo dijeron y lo dicen personas respetables. Conviene no olvidarlo, porque las negaciones nos permiten un diálogo interesante y difícil, a la vez que estar despiertos y atentos a quienes creemos que Jesús resucitó de verdad y que nosotros resucitaremos. Las apariciones de Jesús a sus apóstoles, primeros testigos y primeros predicadores de la resurrección, un ejemplo permanente.

A la tercera fue la vencida

Llama la atención seguir a Jesús en su “caminar” después de la muerte-resurrección. No conocemos todas sus visitas (apariciones). Dejada la probable “aparición” a la Virgen María (que no consta en el Evangelio), Jesús se hizo presente resucitado varias veces a su círculo más cercano.

Con cierto humor podríamos decir: “A la tercera fue la vencida”. Antes ya se había aparecido a Magdalena y a la pareja camino de Emaús. Estaban los discípulos en el cenáculo hablando “de estas cosas”, de las cosas que les había comentado la pareja llegada de Emaús. Y Jesús resucitado se hizo presente. Lo primero que pensaron es que se trataba de un fantasma. Nos habría sucedido a todos o a casi todos. Por su parte, también Jesús tuvo que pensar: “Debo haberme vuelto muy raro, porque nadie me reconoce. Ni siquiera mis íntimos amigos. Ni las mujeres ni los hombres”. Hasta que las cosas se calmaron (o mejor: se alborotaron alegremente). 

“Vosotros sois testigos”

Jesús resucitado fue benévolo con aquellos discípulos asombrados. Jesús no les echó en cara el comportamiento tenido con Él en los días trágicos de la pasión y muerte. Ni se lo recordó. Los había perdonado todo. Estaba con ellos como un amigo que viene de lejos y les trae noticias nuevas y buenas. Comió con ellos y hacía lo posible por que le fueran reconociendo. Y hasta se atrevió a decirles: “vosotros fuisteis testigos…”. Y les enumeró experiencias que no podían negar, aunque les costaba recordar.

“Nosotros somos testigos”

Con esa experiencia, los discípulos se sintieron predicadores y recordaron a sus oyentes lo que también ellos habían hecho. Sin pelos en la lengua y cambiando el nosotros por el vosotros recordaron a la multitud: “vosotros entregasteis”, vosotros renegasteis” y “matasteis”… Peores que Pilato, un pagano, que “estaba resuelto a ponerle en libertad” (Hch 3,13), pero vosotros no lo permitisteis…

Los nuevos predicadores tuvieron, no obstante, unas palabras de comprensión con la gente, como Jesús las había tenido con ellos: “Ya sé yo, hermanos, que obrasteis por ignorancia, lo mismo que vuestros jefes” (Hch 3,17). No fue poco. Algo habían aprendido de su Maestro a quien habían oído cuando colgaba de la cruz: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34); “Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso”  (Lc 23, 43), etc.

Para la semana: También nosotros, como los discípulos, somos testigos y predicadores. Si somos testigos, prediquemos.