Josué 5. 9ª.10-12 | 2 Corintios 5, 17-21 | Lucas, 15, 1-3. 11-32
El domingo pasado encontramos a Jesús hablando de la parábola de la higuera, muy oportuna para los tiempos de cuaresma. Hoy la liturgia nos ofrece otra parábola de Jesús, la parábola de dos hermanos: el malo y el bueno, que se convierten en el bueno y el malo. Forma parte de un capítulo que recoge tres parábolas, que conjuntamente dan un título: “Las tres parábolas de la misericordia”. Excelentes para los tiempos de cuaresma.
Un contraste significativo
Las primeras palabras de este capítulo (capítulo 13 de San Lucas) son curiosas y significativas: “Todos los publicanos y los pecadores se acercaban a Él [a Jesús] para oírle, y los fariseos y los escribas murmuraban”. ¡Curioso: los “pecadores” se acercaban a Jesús; los “fariseos”, murmuraban! ¿Sucede alguna vez algo semejante entre cristianos?
El “malo”.
Era el joven de la familia. Y un día le pidió a su padre lo que le tocaba de la herencia. Y con ella salió de casa y la despilfarró. Tuvo que ponerse a trabajar en lo que saliese. Y salió cuidar cerdos. Ni siquiera se llenaba de bellotas. Y aquello no iba con él. Y recapacitó: en casa de su padre los jornaleros comían bien y en abundancia mientras él se moría de hambre. Y tomó la decisión de volver a casa. Por el camino se iba haciendo a sí mismo una buena prédica: “diré a mí padre… No merezco que me llames hijo. Trátame como a un jornalero cualquiera”.
Y el padre, que salía al campo todos los días a ver si el hijo asomaba por el camino… un día le vio venir. Y corrió hacia él y hubo de todo. Hasta hubo un día de fiesta grande. No era para menos. ¡Había venido el hijo perdido!
El “bueno”
Era el mayor de la familia. Trabajaba la hacienda. La casa y el trabajo era su vida. Y un día, al acercarse a casa, oyó desde lejos jolgorio de fiesta. Un criado le informó lo que pasaba: ¡había vuelto su hermano! Y él se indignó. No lo entendía. Trabajando todo el día y ahora resultaba que la fiesta se la llevaba un hermano… No quiso entrar en la fiesta; su padre no logró que se juntase a la fiesta.
El padre.
El padre había abrazado al hijo despilfarrador por su vuelta a la casa paterna y “sermoneaba” al hijo trabajador. Era un “sermón” cercano, suave y alegre: “hijo, todo lo mío es tuyo”, “¡Tu hermano ha vuelto a la vida!”, “Lo hemos encontrado!”. No dijo: lo he encontrado; sonaba mejor: lo hemos encontrado. No pudo con él.
Para la semana: Dios sigue saliendo a ver si llega el hijo/a que se fue de casa. ¿Volverá?