En este momento estás viendo “YO TAMPOCO TE CONDENO” (Los cazadores cazados)

 

Isaías 43, 16-21 |  Filipenses 3, 8-14 | Juan 8, 1-11

De las muchas páginas evangélicas que llaman la atención una de ellas es la que habla de la mujer adúltera. En esa escena se descubren hondos sentimientos humanos e inhumanos, que Jesús afronta con una delicadeza, un sarcasmo, una bondad y unos deseos (grandes). La hemos leído y oído muchas veces. Y siempre llama la atención. Hoy copa el evangelio de este Domingo.

¿Dónde estaba el adúltero?

Evidentemente, si hay una mujer adúltera es que hay un hombre adúltero. Es quizá en nuestro tiempo cuando alguien se ha dado cuenta de este aspecto. Los hombres no se habían detenido en esto. Seguro que sabían quién era el adúltero. Pero nadie dijo nada de ellos. Merece la pena que en nuestro tiempo tomemos una sencilla conciencia de este elemento.

Los intrigantes hipócritas

Todos sabían que el adulterio era pecado grave. Es evidente que los “intrigantes” lo que buscaban era poner en un aprieto a Jesús. En realidad, el adulterio no les quitaba el sueño. Seguramente entre ellos había no pocos adúlteros. Los hipócritas querían cazar a Jesús. Y creían que esta era una oportunidad estupenda. Delante de ellos tenían una mujer pillada en adulterio. ¡A ver qué decía Jesús!

 Jesús callaba y escribía en el suelo.

Jesús los tuvo un rato expectantes. Los mortificó a placer. Nada tan humillante como tener en vilo a una persona esperando un triunfo. Jesús se lo tomaba con calma, en silencio y haciendo garabatos en el suelo. La tensión se mascaba mirándose unos a otros en espera de la presa. La presa no era la adúltera, era Jesús. ¡Le habían cazado! ¡Tanto hablar de bondad y defensa…, ahora caía en la trampa!

Daban en duro

Pero daban en duro. Jesús callaba y escribía en el suelo. Seguramente los intrigantes pensaban… “Lo está pensando. A ver

cómo sale de esta”. Y salió lo que no esperaban: “El que esté sin pecado le tire la primera piedra”. Y no hubo piedras. Nadie se frotó las manos. Hubo sonrojo. Todos se retiraron, comenzando por los más ancianos.

Yo no te condeno

Jesús no había venido al mundo para condenar, sino para salvar. Aquí estaba una de tantas pruebas: “¿Nadie te ha condenado? Tampoco yo te condeno. En adelante no peques más”.

Para la semana: “No peques más”, es una invitación consoladora para el pecador.