Comenzamos la primera fase de desescalada, abriendo las puertas de la iglesia para las misas, un encuentro de gozo y de alegría. En la primera misa después de casi 60 días de confinamiento, la gente iba llegando con sus mascarillas. En sus rostros se reflejaban la ilusión y las ganas de volver a la casa de Dios. Es verdad que todavía no ha llegado el final de esta pandemia, que seguiremos aislados, pero con este gesto de venir a Misa expresamos algo esencial, la fe que Dios nos ha regalado.
Muchas personas vuelven a la iglesia con su mochila repleta de necesidades, acuden a la Eucaristía para desahogarse ante el Señor. Algunas de ellas acuden con lágrimas en los ojos a rezar por sus seres queridos que habían fallecido durante este tiempo y no pudieron despedirse de ellos. Todo ello envuelto en un silencio sonoro hecho oración. Estamos recuperando la frescura de algo que veníamos haciendo habitualmente, pero que ahora adquiere un valor esencial. Lo que veníamos celebrando estos días a través de las redes sociales, benditas redes, ahora se ha hecho realidad, ahora entendemos mejor las palabras de Jesús, “el que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida”.
Bebamos de este manantial para saciarnos de nuestra sed de Dios. Y lo hagamos con María a quien pedimos que nos ayude a pasar este tiempo de prueba, con la oración del papa Francisco: “Bajo tu protección buscamos refugio, Santa Madre de Dios. No desprecies nuestras súplicas que estamos en la prueba y libéranos de todo pecado, o Virgen Gloriosa y bendita”.
Ángel F. Mellado