El verano tiene muchas caras, vacaciones, reencuentro con la familia, descanso, tiempo de poder gozar y admirar las huellas que Dios ha dejado en la naturaleza, así aparece en la Escritura, “el cielo proclama la gloria de Dios, el firmamento pregona la obra de sus manos”, “¡Dios mío qué grande eres! Te vistes de belleza y majestad, la luz te envuelve como un manto”. La naturaleza es como un teatro donde se manifiesta la gloria, la hermosura de Dios, “aprovéchame a mí también ver campos, aguas, flores, en todas cosas hallaba yo memoria del creador” (Teresa de Jesús); Juan de la Cruz, cantor de la hermosura de Dios, nos invita a sumergirnos en la naturaleza y a gozar en ella, “tuyo es todo esto, y todo para ti… Sal fuera y gloríate en tu gloria; escóndete en ella y goza”, “mil gracias derramando pasó por estos sotos con presura y yéndolos mirando con sola su figura, vestidos los dejó de hermosura.”
El verano estés donde estés, es una buena oportunidad para saborear aquello que durante el año lo hacemos con más prisa, leyendo la Palabra, viviendo la Eucaristía sin prisa, buscar un rato para estar a solas con Él, teniendo silencios; retomando nuestras relaciones con los demás, redescubriendo la frescura que tienes las personas detrás de las apariencias.
Todo esto es verano, es como vivir de alguna manera aquella experiencia de los apóstoles Pedro, Santiago y Juan en el monte de la Transfiguración, qué bien se está aquí, qué gozada, que momento tan especial para volver con las pilas recargadas.
¡Buen verano!
Ángel F. Mellado